CENICIENTA EN OTOÑO

Este blog servirá de memoria del Curso de Humanidades organizado por la Universidad Autónoma de Madrid

Los cuentos de hadas forman parte de la tradición cultural de nuestro entorno, son leídos a los niños y por los niños desde muy pronto, versionados de mil maneras, nos acompañan toda la vida. Siendo esta una facultad de educación dedicar un curso de humanidades a trabajar monográficamente sobre un cuento como la Cenicienta, uno de los más divulgados y reinterpretados, es una ocasión para disfrutar de la magia de los cuentos de hadas y afinar nuestro sentido crítico a la vez que nos adentramos en charlas, debates y talleres absolutamente interdisciplinares que proponen ópticas muy agudas y diversas que harán que desentrañemos y encontremos nuevos significados a una historia tan divulgada. También es una ocasión para convivir y compartir las comidas meriendas y cafetitos picnic cenicientos, es tan importante la alimentación y la socialización tan unida a la comida, que en este grupo de cenicientas y cenicientos se hará alma común, en la comunión colectiva. (Todos vamos a ir vestidos de cenicientas y cenicientos, con un zapato colgando y haremos tribu cenicientil)

Cómo conseguir los créditos

Para conseguir los dos créditos de libre configuración o bien el crédito ECTS tenéis que abrir un blog desde la página http://www.blogger.com/ en este blog pondréis vuestro nombre y apellidos, una fotografía y una dirección de email.
En el blog realizaréis una memoria de lo vivido en el curso de la Cenicienta en otoño, tanto en imágenes como en palabras. Podéis incluir fotos, vídeos, dibujos...
Necesariamente una fotografía con vuestro vestido ceniciento.
VUESTROS BLOGS LOS LINKARÉ A ESTE GENERAL PARA QUE TODOS PODAMOS COMPARTIR LA EXPERIENCIA.
La dirección de vuestro blog (dirección http) me la enviaréis a bandeirapilar@gmail.com

Las ponentes y organizadoras cenicientas

Los participantes van llegando al curso

Comiditas cenicientas

Momentos Cenicientos

domingo, 14 de febrero de 2010

Una Cenicienta afroamericana antes de Obama



En el año1997 la factoría Disney produjo esta versión multiétnica de la Cenicienta en forma de musical y siguiendo la versión de Perrault.

viernes, 8 de enero de 2010

La Cenicienta que no quería comer perdices

Hacia tiempo que pensaba incluir esta versión, a lo largo del último año hemos estado recibiendo este cuento por email, ahora se puede comprar en una bonita versión impresa. Este link es el que muestra Noelia Alejano en su blog.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Lévy- Strauss y su visión desde la antropología

El antropólogo estructuralista Lévy-Strauss refiere el cuento de La Cenicienta en su libro Antropología Estructural. En las páginas 248 y 249 del texto completo que inserto aquí podréis leer la relación comparativa que hace con el cuento zuñi La Cuidadora de pavos y su protagonista el Ash-boy. En este relato lo que encontramos es la presencia de una cenicienta disfrazada de varón.

Lévi-Strauss. Antropologia Estructural

Ana Laura Aláez en la Galería Soledad Lorenzo

Galería Soledad Lorenzo

Ana Laura es una artista de mi generación, trabaja con la performance y la escultura encontrando un espacio de lo que llama su "antropología personal".
Se trata de una obra en relación a la historia de vida de la artista, en este caso chaquetas de cuero convertidas en esculturas de bronce con ausencia de cuerpos.
El pasado está presente, las piezas le hacen pensar en las peanas de las esculturas, y así están abiertas, expuestas en las paredes de la galería.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Cenicienta por niños y para niños

Os copio la información de esta Cenicienta para niños, lo he encontrado en webjerez.es:
14 Octubre 2009 | 16:02


La Caixa presenta la ópera ‘La Cenicienta para niños’
Teatro Villamarta
Unos 5.000 escolares podrán asistir a las seis funciones de la obra de Rossini adaptada por Comediants

La Obra Social “la Caixa” se ha marcado, entre sus objetivos, difundir la ópera entre el público infantil. En ese empeño, la entidad financiera patrocina el peculiar montaje que Joan Font, director de Comediants, ha ideado sobre ‘La Cenicienta’ de Rossini, hasta convertirla en una versión reducida con los suficientes atractivos para conectar con los escolares. ‘La Cenicienta para niños’ podrá verse en el Teatro Villamarta los días 21, 22 y 23 de octubre en doble sesión matutina.

María Dolores Barroso, delegada de Cultura y Fiestas, señaló durante la presentación que esta versión infantil del célebre título rossiniano abre la oferta destinada a centros escolares del coliseo jerezano, proyecto singular denominado Programas de Acción Divulgativo-Educativa (PADE). “Es una iniciativa pionera que pretende cubrir las lagunas detectadas en las aulas sobre la enseñanza de las artes escénicas y musicales”, destacó. Asimismo, hizo hincapié en que “la formación de nuevos públicos” está entre sus prioridades.

La titular municipal de Cultura y Fiestas agradeció a la Obra Social “la Caixa” la inclusión del Teatro Villamarta en la gira nacional de este montaje producido por el Liceo de Barcelona. Por su parte, Lorenzo Carrión, director del Área de Negocio de la entidad financiera en la provincia, reiteró el compromiso de La Caixa con la cultura y las actividades sociales, los dos ejes sobre los que se asienta la Obra Social. “Una parte importante de nuestros beneficios se reinvierten en la sociedad”, apuntó Carrión. En el año 2009 el presupuesto de la Obra Social asciende a 500 millones de euros, idéntica cantidad que el año anterior pese a los efectos de la crisis económica.
Unos 4.000 escolares –para un aforo previsto de unas 5.000 localidades- han comprado ya su entrada para alguna de las seis funciones previstas de ‘La Cenicienta para niños’. El inicio de esta venta específica para centros educativos comenzó la semana pasada y, a tenor de esta respuesta, las previsiones apuntan a que el aforo estará cubierto en su totalidad. Previamente, se celebró una Jornada Pedagógica a la que asistieron profesores de centros interesados en asistir al espectáculo. Un experto musical les orientó sobre el uso del material pedagógico elaborado en torno a este montaje para su utilización en clase.

Con la dirección musical de Stanislav Angelov y la dirección escénica de Joan Font, en ‘La Cenicienta para niños’ aparece un joven reparto de cantantes, acompañados por un fagot y un piano. La versión reducida de esta ópera realizada por el director de Comediants respeta la integridad de la historia. Se mantienen los personajes principales, pero se introducen algunos cambios. Entre ellos, destaca la figura de una ratita que ejerce de narradora y es cómplice del público en todo momento, además de explicar los entresijos del argumento. Además, se recupera la figura del zapato que, en la ópera original, Rossini había sustituido por un brazalete.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Putacienta

Una versión parodiada, absolutamente ordinaria, que parece hecha por hombres y que manifiesta justamente esa misoginia latente en el sistema patriarcal que construye la rivalidad entre las mujeres. Los diálogos son repugnantes pero dice mucho de la cultura antropocéntrica, al menos de ciertos ámbitos que lo admiten, y encima les hace gracia.

Floricienta

Sonia Trillo recomienda esta serie, versión de Cenicienta para adolescentes, cargada de estereotipos. Aquí un videoclip de la serie.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Pedro Picapiedra Ceniciento

Pedro Picapiedra, también ceniciento. La caricatura en tres fragmentos.





El Ceniciento a la española

Miguel Gila dirigido en 1955 por Juan Lladó interpreta a un camarero ceniciento.

Cinderella en teatro de sombras

La autora alemana Lotte Reiniger, realizó en 1954 esta hermosa versión de Cenicienta con una animación de figuras cortadas, esta artista desarrolló una obra de más de 40 animaciones, buena parte de ellas basadas en cuentos de hadas.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Versión de la Cenicienta de Basile siguiendo a Bettelheim



"En el mundo occidental, la historia del origen de Cenicienta empieza con la primera versión publicada, a cargo de Basile, la Gata Cenicienta: En ella aparece un príncipe viudo que quiere tanto a su hija que no veía más que por sus ojos. Pasado un tiempo se casa con una malvada mujer que odia profundamente a la niña -podemos suponer que siente celos de ella- y le lanzaba unas miradas tan penetrantes que la hacían estremecer de miedo. La muchacha se queja de ello a su querida nodriza, diciéndole que la hubiera preferido a ella como madre. Ésta, alentada por esas palabras, indica a la niña, llamada Zezolla, que le pida a su madrastra que busque algunos vestidos en un viejo baúl. De este modo, Zezolla podrá dejar caer la tapa del arca sobre la cabeza de la madrastra y romperle el cuello. La niña sigue los consejos de la nodriza y da muerte a la perversa mujer. A continuación convence a su padre para que se case con la nodriza.
Algunos días después de la boda, se descubre que la nueva esposa tenía seis hijas que había mantenido ocultas hasta aquel momento. Entonces, empieza a degradar a Zezolla a los ojos de su padre: Fue rebajada de tal modo que pasó de los salones a la cocina, de sus aposentos a los fogones, de espléndidos vestidos de seda y oro a burdos delantales, y del cetro al asador; no sólo cambió su posición sino también su nombre; dejó de llamarse Zezolla para tomar el nombre de Gata Cenicienta.
Un día, cuando el príncipe debe salir de viaje, pregunta a sus hijas qué regalo desean que les traiga. Las hijastras piden cosas sumamente valiosas, mientras Zezolla quiere únicamente que la paloma de las hadas le conceda algún presente. El obsequio que hace llegar a sus manos es una palmera, con todo lo necesario para plantarla y cultivarla. Después de haber plantado y cuidado el árbol con gran esmero, la niña lo ve crecer hasta alcanzar el tamaño de una mujer. Entonces, del árbol surge un hada, dispuesta a conceder a Gata Cenicienta todo lo que ésta desee. Todo lo que pide es que se le permita abandonar la casa sin que se enteren sus hermanastras.
Un día se celebra una fiesta a la que asisten las hermanastras elegantemente vestidas. Tan pronto como se queda sola, Gata Cenicienta corrió al árbol y pronunció las palabras que el hada le había enseñado, viéndose, al instante, ataviada como una reina. El rey de aquellas tierras, que también acude a la fiesta, queda prendado de la extraordinaria belleza de Gata Cenicienta. Para averiguar quién es, en realidad, aquella hermosa doncella, ordena a uno de sus criados que la siga al salir del baile, pero la muchacha consigue esquivarlo. Al cabo de un tiempo se celebra otra fiesta, en la que ocurre exactamente lo mismo. Durante la tercera recepción, se repiten los mismos hechos, pero, esta vez, mientras el criado sigue a Gata Cenicienta, ésta pierde una de sus chinelas, la más bella y extraordinaria que os podáis imaginar. (En la época de Basile, las mujeres napolitanas, cuando salían, se calzaban unos zapatos de tacón alto, llamados chinelas.) Para poder encontrar a la bella muchacha a quien pertenece la zapatilla, el rey celebra una fiesta y ordena a todas las mujeres del reino que acudan a ella. Al final del baile, el rey obliga a cada una de ellas a que se pruebe la chinela y, al irse acercando a Zezolla, el zapato escapó de sus manos y fue a ajustarse al diminuto pie de la muchacha. Ante esta evidencia, el rey convierte a Zezolla en su esposa, mientras que las hermanas, pálidas de envidia, salieron sigilosamente de palacio".

Popeye Cinderfella

Betty Boop Cinderella

El famoso dibujo animado de los años 30 y 40 también tiene su Cinderella, para representarlo Betty tradicionalmente morena, se ve con el pelo más claro.

"Cinderfella", El Ceniciento con Jerry Lewis

Película dirigida por Frank Tashlin en 1960, protagonizada por Jerry Lewis. Linko la película completa, en este caso no enlaza, hay que ir cliqueando en cada parte, son once fragmentos.





















El Ceniciento con el cómico Tin Tan

"El Ceniciento" (1951) película mexicana con el cómico Germán Valdés (Tin Tan). Dirigida por Gilberto Martínez Solares. En vez de hada madrina hay un padrino un poquitín políticamente incorrecto. Se puede ver la película íntegra desde youtube, iniciando con el link de la parte 1 va continuando las siguientes partes que se enlazan.

Sinopsis:


El chamula Valentín llega a la Ciudad de México a hospedarse con sus paisanos Marcelo y Sirenia, padres de once hijos marimberos y dos más. Marcelo atiende a Valentín con gusto hasta que se da cuenta de que es pobre y lo echa de la casa. A sugerencia de Sirenia, Marcelo emplea a Valentín como sirviente y lo explota sin piedad. Pero con la ayuda del sinvergüenza de Andrés, la suerte de Valentín cobra un giro inesperado.

Comentario:

Despiadada parodia de la popular historia de Perrault -de moda en 1951 gracias a la película animada de Disney- El ceniciento es una de las cintas más divertidas y recordadas de la extensa filmografía "tintanesca". La mancuerna formada por el talento chispeante de Tin Tan y el magistral humor negro de don Andrés Soler vale por sí sola toda la película.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Sonsoles San Román termina su conferencia entre fogones y muy cenicientil

Sonsoles al terminar su ponencia sobre los aspectos sociológicos, morales y éticos en relación a la controversia de género que tiene el cuento de la Cenicienta.

Crepúsculo

Nuevas versiones de Cenicienta… y las que quedan por llegar.

Encantada la historia de Giselle

¿Puede llegar a haber dos cenicientas en una misma historia?

El diablo viste de Prada

Una nueva y moderna versión de la madrastra y las hermanastras… pobre Cenicienta.

El diario de Bridget Jones

Espero que disfrutéis con los primeros minutos de esta Cenicienta moderna.

Pretty Woman

El cuento llevado a la gran pantalla con una protagonista un poco distinta.

Por siempre jamás: la misma estructura que Disney

Una version más moderna de la Cenicienta pero con la mima estructura que la de Disney y una gran mentira occidental sobre el inicio del cuento de la Cenicienta.

Disney

Reparto de tareas hombre mujer.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Versión de Vassalissa la bella en castellano reducida


En un reino vivía una vez un comerciante con su mujer y su única hija, llamada Vasilisa la Hermosa.
Al cumplir la niña los ocho años se puso enferma su madre, y presintiendo su próxima muerte llamó a Vasilisa, le dio una Muñeca y le dijo:
- Escúchame, hijita mía, y acuérdate bien de mis últimas palabras. Yo me muero y con mi bendición te dejo esta Muñeca - guárdala siempre con cuidado, sin mostrarla a nadie, y cuando te suceda alguna desdicha, pídele consejo.

Después de haber dicho estas palabras, la madre besó a su hija, suspiró y se murió.

El comerciante, al quedarse viudo, se entristeció mucho, pero pasó tiempo, se fue consolando y decidió volver a casarse.

Era un hombre bueno y muchas mujeres lo deseaban por marido, pero entre todas eligió una viuda que tenía dos hijas de la edad de Vasilisa y que en toda la comarca tenía fama de ser buena madre y ama de casa ejemplar.

El comerciante se casó con ella, pero pronto comprendió que se había equivocado, pues no encontró la buena madre que para su hija deseaba.

Vasilisa era la joven más hermosa de la aldea. La madrastra y sus hijas, envidiosas de su belleza, la mortificaban continuamente y le imponían toda clase de trabajos para ajar su hermosura a fuerza de cansancio y para que el aire y el sol quemaran su cutis delicado.

Vasilisa soportaba todo con resignación y cada día crecía su hermosura, mientras que las hijas de la madrastra, a pesar de estar siempre ociosas, se afeaban por la envidia que tenían a su hermana.

La causa de esto no era ni más ni menos que la buena Muñeca, sin la ayuda de la cual Vasilisa nunca hubiera podido cumplir con todas sus obligaciones. La Muñeca la consolaba en sus desdichas, dándole buenos consejos y trabajando con ella.

Así pasaron algunos años y las muchachas llegaron a la edad de casarse.

Todos los jóvenes de la ciudad solicitaban casarse con Vasilisa, sin hacer caso alguno de las hijas de la madrastra.

Ésta, cada vez más enfadada, contestaba a todos:

- No casaré a la menor antes de que se casen las mayores.

Y después de haber despedido a los pretendientes, se vengaba de la pobre Vasilisa con golpes e injurias.

Un día el comerciante tuvo necesidad de hacer un viaje y se marchó.

Entretanto, la madrastra se mudó a una casa que se hallaba cerca de un espeso bosque en el que, según decía la gente, aunque nadie lo había visto, vivía la terrible bruja Baba-Yaga. Nadie osaba acercarse a aquellos lugares, porque Baba-Yaga se comía a los hombres como si fueran pollos.

Después de instaladas en el nuevo alojamiento, la madrastra, con diferentes pretextos, enviaba a Vasilisa al bosque con frecuencia, pero a pesar de todas sus astucias la joven volvía siempre a casa, guiada por la Muñeca, que no permitía que Vasilisa se acercase a la cabaña de la temible bruja.

Llegó el otoño, y un día la madrastra dio a cada una de las tres muchachas una labor - a una le ordenó que hiciese encaje, a otra, que hiciese medias y a Vasilisa le mandó hilar, obligándolas a presentarle cada día una cierta cantidad de trabajo hecho.

Apagó todas las luces de la casa, excepto una vela que dejó encendida en la habitación donde trabajaban sus hijas, y se acostó.

Poco a poco, mientras las muchachas estaban trabajando, se formó en la vela un pabilo, y una de las hijas de la madrastra, con el pretexto de cortarlo, apagó la luz con las tijeras.

- ¿Qué haremos ahora? - dijeron las jóvenes, - no había más luz que ésta en toda la casa y nuestras labores no están aún terminadas, - ¡Habrá que ir en busca de luz a la cabaña de Baba-Yaga!

-Yo tengo luz de mis alfileres - dijo la que hacía el encaje, - no iré yo.

- Tampoco iré yo - añadió la que hacía las medias, - tengo luz de mis agujas.

-¡Tienes que ir tú en busca de luz! - exclamaron ambas, - ¡Anda! ¡Ve a casa de Baba-Yaga!

Y al decir esto echaron a Vasilisa de la habitación.

Vasilisa se dirigió sin luz a su cuarto, puso la cena delante de la Muñeca y le dijo:

- Come, Muñeca mía, y escucha mi desdicha. Me mandan a buscar luz a la cabaña de Baba-Yaga y ésta me comerá. ¡Pobre de mí!

- No tengas miedo - le contestó la Muñeca, - ve donde te manden, pero no te olvides de llevarme contigo, ya sabes que no te abandonaré en ninguna ocasión.

Vasilisa se metió la Muñeca en el bolsillo, se persignó y se fue al bosque.

La pobrecita iba temblando, cuando de repente pasó rápidamente por delante de ella un jinete blanco como la nieve, vestido de blanco, montado en un caballo blanco y con un arnés blanco, en seguida empezó a amanecer.

Siguió su camino y vio pasar otro jinete rojo, vestido de rojo y montado en un corcel rojo, y en seguida empezó a levantarse el sol.

Durante todo el día y toda la noche anduvo Vasilisa, y sólo al atardecer del día siguiente llegó al claro donde se hallaba la cabaña de Baba-Yaga, la cerca que la rodeaba estaba hecha de huesos humanos rematados por calaveras, las puertas eran piernas humanas, los cerrojos, manos, y la cerradura, una boca con dientes. Vasilisa se llenó de espanto.

De pronto apareció un jinete todo negro, vestido de negro y montando un caballo negro, que al aproximarse a las puertas de la cabaña de Baba-Yaga desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra... En seguida se hizo de noche.

No duró mucho la oscuridad: de las cuencas de los ojos de todas las calaveras salió una luz que alumbró el claro del bosque como si fuese de día. Vasilisa temblaba de miedo y no sabiendo dónde esconderse, permanecía quieta.

De pronto se oyó un tremendo alboroto: los árboles crujían, las hojas secas estallaban y la espantosa bruja Baba-Yaga apareció saliendo del bosque, sentada en su mortero, arreando con el mazo y barriendo sus huellas con la escoba.

Se acercó a la puerta, se paró, y husmeando el aire, gritó:

- ¡Huele a carne humana! ¿Quién está ahí?

Vasilisa se acercó a la vieja, la saludó con mucho respeto y le dijo:

- Soy yo, abuelita. Las hijas de mi madrastra me han mandado que venga a pedirte luz.

- Bueno - contestó la bruja, - las conozco bien, quédate en mi casa y si me sirves a mi gusto te daré la luz.

Luego, dirigiéndose a las puertas, exclamó:

- ¡Ea! Mis fuertes cerrojos, ¡ábranse! ¡Ea! Mis anchas puertas, ¡déjenme pasar!

Las puertas se abrieron y Baba-Yaga entró silbando, acompañada de Vasilisa, y las puertas se volvieron a cerrar solas.

Una vez dentro de la cabaña, la bruja se echó en un banco y dijo:

- ¡Quiero cenar! ¡Sirve toda la comida que está en el horno!

Vasilisa encendió una tea acercándola a una calavera, y se puso a sacar la comida del horno y a servírsela a Baba-Yaga...

La comida era tan abundante que habría podido satisfacer el hambre de diez hombres. Después trajo de la bodega vinos, cerveza, aguardiente y otras bebidas. Todo se lo comió y se lo bebió la bruja, y a Vasilisa le dejó tan sólo un poquitín de sopa de coles y una cortecita de pan.

Se preparó para acostarse y dijo a la nueva doncella:

- Mañana tempranito, después que me marche, tienes que barrer el patio, limpiar la cabaña, preparar la comida y lavar la ropa. Luego tomarás del granero un celemín de trigo y lo expurgarás del maíz que tiene mezclado. Procura hacerlo todo, porque si no te comeré a ti.

Después de esto, Baba-Yaga se puso a roncar, mientras que Vasilisa, poniendo ante la Muñeca las sobras de la comida y vertiendo amargas lágrimas, dijo:

- Toma, Muñeca mía, come y escúchame. ¡Qué desgraciada soy! La bruja me ha encargado que haga un trabajo para el que harían falta cuatro personas y me amenazó con comerme si no lo hago todo.

La Muñeca contestó:

- No temas nada, Vasilisa, come, y después de rezar, acuéstate, mañana arreglaremos todo.

Al día siguiente se despertó Vasilisa muy tempranito, miró por la ventana y vio que se apagaban ya los ojos de las calaveras. Vio pasar y desaparecer al jinete blanco, y en seguida amaneció.

Baba-Yaga salió al patio, silbó, y ante ella apareció el mortero con el mazo y la escoba. Pasó a todo galope el jinete rojo, e inmediatamente salió el sol. La bruja se sentó en el mortero y salió del patio arreando con el mazo y barriendo con la escoba.

Vasilisa se quedó sola, recorrió la cabaña, se admiró al ver las riquezas que allí había y se quedó indecisa sin saber por cuál trabajo empezar. Miró a su alrededor y vio que de pronto todo el trabajo aparecía hecho... La Muñeca estaba separando los últimos granos de trigo de los de maíz.

- ¡Oh mi salvadora! - exclamó Basilisa, - me has librado de ser comida por Baba-Yaga.

- No te queda más que preparar la comida, - le contestó la Muñeca al mismo tiempo que se metía en el bolsillo de Basilisa, - prepárala y descansa luego de tu labor.

Al anochecer, Vasilisa puso la mesa, esperando la llegada de Baba-Yaga.

Ya anochecía cuando pasó rápidamente el jinete negro, e inmediatamente obscureció por completo. Sólo lucieron los ojos de las calaveras. Luego crujieron los árboles, estallaron las hojas y apareció Baba-Yaga, que fue recibida por Vasilisa.

- ¿Está todo hecho? - preguntó la bruja.

- Examínalo todo tú misma, abuelita.

Baba-Yaga recorrió toda la casa y se puso de mal humor por no encontrar un solo motivo para regañar a Vasilisa.

- Bien - dijo al fin, y se sentó a la mesa y luego exclamó - ¡Mis fieles servidores, vengan a moler mi trigo!

En seguida se presentaron tres pares de manos, cogieron el trigo y desaparecieron.

Baba-Yaga, después de comer hasta saciarse, se acostó y ordenó a Vasilisa:

- Mañana harás lo mismo que hoy, y además tomarás del granero un montón de semillas de adormidera y las escogerás una a una para separar los granos de tierra.

Y dada esta orden se volvió del otro lado y se puso a roncar, mientras Vasilisa pedía consejo a la Muñeca.

Ésta repitió la misma contestación de la víspera:

- Acuéstate tranquila después de haber rezado. Por la mañana se es más sabio que por la noche, ya veremos cómo lo hacemos todo.

Por la mañana la bruja se marchó otra vez, y la muchacha, ayudada por su Muñeca, cumplió todas sus obligaciones.

Al anochecer volvió Baba-Yaga a casa, visitó todo y exclamó:

- ¡Mis fieles servidores, mis queridos amigos, vengan a prensar mi simiente de adormidera!

Se presentaron los tres pares de manos, cogieron las semillas de adormidera y se las llevaron. La bruja se sentó a la mesa y se puso a cenar.

- ¿Por qué no me cuentas algo? - preguntó a Vasilisa, que estaba silenciosa - ¿Eres muda?

- Si me lo permites, te preguntaré una cosa.

- Pregunta, pero ten en cuenta que no todas las preguntas redundan en bien del que las hace. Cuanto más sabio se es, se es más viejo.

- Quiero preguntarte, abuelita, lo que he visto mientras caminaba por el bosque. Me adelantó un jinete todo blanco, vestido de blanco y montado sobre un caballo blanco. ¿Quién era?

- Es mi Día Claro - contestó la bruja.

- Más allá me alcanzó otro jinete todo rojo, vestido de rojo y montando un corcel rojo. ¿Quién era éste?

- Es mi Sol Radiante.

- ¿Y el jinete negro que me encontré ya junto a tu puerta?

- Es mi Noche Oscura.

Vasilisa se acordó de los tres pares de manos, pero no quiso preguntar más y se calló.

- ¿Por qué no preguntas más? - dijo Baba-Yaga.

- Esto me basta, me has recordado tú misma, abuelita, que cuanto más sepa seré más vieja.

- Bien - repuso la bruja, - bien haces en preguntar sólo lo que has visto fuera de la cabaña y no en la cabaña misma, pues no me gusta que los demás se enteren de mis asuntos. Y ahora te preguntaré yo también. ¿Cómo consigues cumplir con todas las obligaciones que te impongo?

- La bendición de mi madre me ayuda - contestó la joven.

- ¡Oh lo que has dicho! ¡Vete en seguida, hija bendita! ¡No necesito almas benditas en mi casa! ¡Fuera!

Y expulsó a Vasilisa de la cabaña, la empujó también fuera del patio y luego, tomando de la cerca una calavera con los ojos encendidos, la clavó en la punta de un palo, se la dio a Basilisa y le dijo:

- He aquí la luz para las hijas de tu madrastra. Tómala y llévatela a casa.

La muchacha echó a correr alumbrando su camino con la calavera, que se apagó ella sola al amanecer...

Al fin, a la caída de la tarde del día siguiente llegó a su casa. Se acercó a la puerta y tuvo intención de tirar la calavera pensando que ya no necesitarían luz en casa, pero oyó una voz sorda que salía de aquella boca sin dientes, que decía: «No me tires, llévame contigo».

Miró entonces a la casa de su madrastra, y no viendo brillar luz en ninguna ventana, decidió llevar la calavera consigo.

La acogieron con cariño y le contaron que desde el momento en que se había marchado no tenían luz, no habían podido encender el fuego y las luces que traían de las casas de los vecinos se apagaban apenas entraban en casa.

- Acaso la luz que has traído no se apague - dijo la madrastra.

Trajeron la calavera a la habitación y sus ojos se clavaron en la madrastra y sus dos hijas, quemándolas sin piedad. Intentaban esconderse, pero los ojos ardientes las perseguían por todas partes...

Al amanecer estaban ya las tres completamente abrasadas, sólo Vasilisa permaneció intacta.

Por la mañana la joven enterró la calavera en el bosque, cerró la casa con llave, se dirigió a la ciudad, pidió alojamiento en casa de una pobre anciana y se instaló allí esperando que volviese su padre.

Un día dijo Vasilisa a la anciana:

- Me aburro sin trabajo, abuelita. Cómprame del mejor lino e hilaré, para matar el tiempo.

La anciana compró el lino y la muchacha se puso a hilar. El trabajo avanzaba con rapidez y el hilo salía igualito y finito como un cabello. Pronto tuvo un gran montón, suficiente para ponerse a tejer, pero era imposible encontrar un peine tan fino que sirviese para tejer el hilo de Vasilisa y nadie se comprometía a hacerlo.

La muchacha pidió ayuda a su Muñeca, y ésta en una sola noche le preparó un buen telar.

A fines del invierno el lienzo estaba ya tejido y era tan fino que se hubiera podido enhebrar en una aguja.

En la primavera lo blanquearon, y entonces dijo Basilisa a la anciana:

- Vende el lienzo, abuelita, y guárdate el dinero.

La anciana miró la tela y exclamó:

- No, hijita, ese lienzo, salvo el zar, no puede llevarlo nadie. Lo enseñaré en palacio.

Se dirigió a la residencia del zar y se puso a pasear por delante de las ventanas de palacio.

El zar la vio y le preguntó:

- ¿Qué quieres, viejecita?

- Majestad - contestó ésta, - he traído conmigo una mercancía preciosa que no quiero mostrar a nadie más que a ti.

El zar ordenó que la hiciesen entrar, y al ver el lienzo se quedó admirado.

- ¿Qué quieres por él? - preguntó.

- No tiene precio, padre y señor, te lo he traído como regalo.

El zar le dio las gracias y la colmó de regalos. Empezaron a cortar el lienzo para hacerle al zar unas camisas...

Cortaron la tela, pero no pudieron encontrar lencera que se encargase de coserlas. La buscaron largo tiempo, y al fin el zar llamó a la anciana y le dijo:

- Ya que has sabido hilar y tejer un lienzo tan fino, por fuerza tienes que saber coserme las camisas.

- No soy yo, majestad, quien ha hilado y tejido esta tela, es labor de una hermosa joven que vive conmigo.

- Bien, pues que me cosa ella las camisas.

Volvió la anciana a su casa y contó a Vasilisa lo sucedido y ésta repuso:

- Ya sabía yo que me llamarían para hacer este trabajo.

Se encerró en su habitación y se puso a trabajar.

Cosió sin descanso y pronto tuvo hecha una docena de camisas.

La anciana las llevó a palacio, y mientras tanto Vasilisa se lavó, se peinó, se vistió y se sentó a la ventana esperando lo que sucediera.

Al poco rato vio entrar en la casa a un lacayo del zar, que dirigiéndose a la joven dijo:

- Su Majestad el zar quiere ver a la hábil lencera que le ha cosido las camisas, para recompensarla según merece.

Vasilisa la Hermosa se encaminó a palacio y se presentó al zar. Apenas éste la vio se enamoró perdidamente de ella.

- Hermosa joven - le dijo, - no me separaré de ti, porque serás mi esposa.

Entonces tomó a Vasilisa la Hermosa de la mano, la sentó a su lado y aquel mismo día celebraron la boda.

Cuando volvió el padre de Vasilisa tuvo una gran alegría al conocer la suerte de su hija y se fue a vivir con ella.

En cuanto a la anciana, la joven zarina la acogió también en su palacio y a la Muñeca la guardó consigo hasta los últimos días de su vida, que fue toda ella muy feliz.

Versión del cuento Vassilissa la bella

La doctora Marie Louise von Franz encuentra que el cuento Vassilissa la bella es la versión más completa de la Cenicienta, donde el universo de lo arquetípico femenino está en juego y ha de trabajarse.

http://www.oldrussia.net/vas.html



Sombrero para rifa

Sombrero

Móvil para rifa





¡Afortunados l@s Cenicient@s que participarán en el Seminario porqué tendrán acceso a la rifa del Móvil Ceniciento!
Cada participante podrá comprar uno o más números a sólo un 1 eurito y...

... si el Hada Madrina lo quiere, la varita mágica te dará en la cabeza, y te llevarás este bonito móvil. ¡Detalle ceniciento donde los haya para tu casa! ¡Compren, Cenicient@s , compren!... Ya sabes, 1€1, y podrás acenicentar tu cocina, tu casa, tu vida...

martes, 17 de noviembre de 2009

Por siempre jamás

A Ágata Préstamo le gusta esta versión de Cenicienta


Arquetipos en la Cenicienta, la recreación del ánima, princesa interior del varón y su relación con los sueños, por Pilar Pérez

El Anima Del Hombre

Guía de perplejos, Cenicienta: andrajos y zapatillas de cristal

GUIA DE PERPLEJOS: CENICIENTA: andrajos y zapatillas de cristal

Reflexión de Mariela Gutiérrez sobre las versiones de la Cenicienta

Comparativa de las versiones de la Cenicienta por Gemma Lluch

Versión de la Cenicienta de Charles Perrault

Érase una vez un gentil hombre que se casó en segundas nupcias con la mujer más altiva y orgullosa que se pudo ver jamás. Tenía dos hijas que eran idénticas a ella, al haber heredado todo su carácter. El marido, por su parte, tenía una hija joven, de una dulzura y bondad sin igual, pues se parecía en todo a su madre, que había sido la mejor persona del mundo.


Inmediatamente después de la boda, la madrastra dio rienda suelta a su mal carácter; no podía soportar las buenas cualidades de aquella niña, que hacían a sus hijas aún más odiosas. La obligó a hacer las tareas más viles de la casa: tenía que fregar los platos, limpiar las escaleras y toda la casa, arreglar todas las habitaciones, incluidas las de sus hijas. Dormía en un desván, en lo más alto de la casa, sobre un mal jergón, mientras que sus hermanas disponían de grandes habitaciones entarimadas, con camas a la última moda, y grandes espejos donde se podían ver de cuerpo entero.

La pobre chica lo sufría todo con mucha paciencia y no se atrevía nunca a quejarse a su padre, por temor a que le riñera, pues su mujer lo tenía completamente dominado.

Cuando la joven terminaba sus tareas, se iba a un rincón de la chimenea a sentarse sobre las cenizas, por lo que en la casa la llamaban generalmente Culoceniza. La hermana pequeña, que no era tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta ; aunque Cenicienta, con sus harapos, no dejaba de ser cien veces más hermosa que sus hermanas, a pesar de que ambas vestían con ropas muy lujosas.

Y sucedió que el hijo del Rey dio un baile, al que invitó a todas las personas de calidad, siendo invitadas también nuestras dos señoritas, ya que ellas pertenecían a una familia distinguida en el país. Helas aquí, pues, muy contentas y muy atareadas en elegir los vestidos y los peinados que les sentaran mejor. Esto ocasionó nuevos trabajos para Cenicienta, ya que era ella quien planchaba la ropa de sus hermanas y quien almidonaba los puños. Continuamente las oía hablar de la forma en que iban a arreglarse.
-Yo -decía la mayor- me pondré el vestido de terciopelo rojo y el aderezo de Inglaterra.

-Yo -decía la menor-, me pondré una sencilla falda, aunque también llevaré el mantón de flores de oro y el broche de diamantes, que no está muy visto.
Buscaron una buena peluquera que les hiciera los peinados de dos pisos, y encargaron en la sastrería lunares postizos; llamaron a Cenicienta para pedirle su opinión, ya que tenía muy buen gusto.

Cenicienta les aconsejó lo mejor que pudo, ofreciéndose incluso para retocarles el peinado, lo que aceptaron inmediatamente las hermanas, pues era lo que estaban deseando.

Mientras las peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?

-¡Ay, señoritas, ¿os estais burlando?; eso no está hecho para mí.

-Tienes razón, la gente se reiría mucho viendo a una sucia Culoceniza acudir al baile.

Otra que no fuera Cenicienta las habría peinado al revés, pero ella, que era buena, las peinó estupendamente.

Las dos hermanas estuvieron casi dos días sin comer, pues querían lucir una figura estilizada. Sin embargo, aún rompieron más de doce cordones a fuerza de tirar de ellos para conseguir una talle más fino, y no dejaban un momento de mirarse en el espejo.

Al fin llegó el feliz día y las hermanas se marcharon. Cenicienta las siguió con la mirada todo el tiempo que pudo y, cuando las perdió de vista, se puso a llorar.

Su Madrina, que era un hada, la sorprendió hecha un mar de lágrimas y le preguntó qué le pasaba.

-¡Me gustaría mucho..., me gustaría mucho...!

Cenicienta lloraba tan fuerte que no pudo terminar. El hada le preguntó:

-Te gustaría mucho ir al baile, ¿verdad?

-¡Ay, sí! -dijo Cenicienta suspirando.

-Bueno, si te portas bien -dijo su Madrina-, yo haré que vayas.

La llevó a su habitación y le dijo:

-Ve al jardín y tráeme una calabaza.

Cenicienta fue enseguida a coger la más hermosa que pudo encontrar, y se la llevó a su Madrina, no pudiendo adivinar cómo esa calabaza podría hacerla ir al baile.

Su madrina la vació dejando sólo la corteza, la tocó con su varita mágica y la calabaza se transformó en el acto en una hermosa carroza dorada.

Después miró en la ratonera, donde encontró seis ratones vivos aún, y le dijo a Cenicienta que levantara un poco la trampilla; a cada ratón que salía, le daba un golpecito con la varita y el roedor se transformaba en un hermoso caballo, así hasta que tuvo un precioso tiro de seis caballos, de un bello color de ratón gris claro.

Como estuviera preocupada por encontrar algo que le sirviera de cochero, dijo Cenicienta:

-Voy a ver si alguna rata ha caído en la ratonera, para convertirla en cochero.

-Tienes razón -dijo su Madrina-, mira si hay.

Cenicienta le llevó la ratonera, donde había tres ratas muy gordas. El hada eligió una, la que tenía las mejores barbas, y, tocándola con la varita, la convirtió en un gordo cochero, que lucía unos hermosos mostachos.

Después le dijo:

-Ve al jardín y allí encontrarás seis lagartos detrás de la regadera. Tráemelos.

En cuanto los hubo traido, el hada madrina los convirtió en seis lacayos, que subieron al instante a la trasera de la carroza con sus libreas llenas de galones, muy erguidos, como si no hubieran hecho otra cosa en su vida.

El hada dijo entonces a Cenicienta:

-Bueno, aquí tienes ya con qué ir al baile. ¿Estás contenta?

-Sí, pero, ¿cómo voy a ir con este viejo vestido?

Su Madrina no hizo más que tocar con la varita mágica las pobres ropas, y al momento se transformaron en vestidos de tisú de oro y plata, recamados de piedras preciosas; también le dio el hada un par de zapatos de cristal, los más bonitos del mundo.

Cuando Cenicienta estuvo de tal modo vestida, subió a la carroza; pero su madrina le recomendó ante todo que regresara antes de la medianoche, advirtiéndole que, si permanecía en el baile un minuto más, su carroza volvería a ser calabaza; sus caballos, ratones; sus lacayos, lagartos, y sus ropas viejas recobrarían su aspecto normal.

Prometió a su Madrina que haría todo tal como ella decía; y se fue llena de felicidad.

El hijo del Rey, a quien comunicaron que acababa de llegar una princesa que nadie conocía, fue a recibirla y le dio la mano cuando bajó de la carroza, y la condujo al gran salón donde estaban los invitados.

Se hizo entonces un repentino silencio; se paró el baile y los violines dejaron de tocar, de tan sorprendidos que estaban contemplando la gran belleza de aquella desconocida. Sólo se escuchaba un rumor confuso:

-¡Oh! ¡Qué hermosa es!

El propio Rey mismo, a pesar de ser muy viejo, no dejaba de mirarla y de decirle a la reina en voz baja, que hacía mucho tiempo que no veía a nadie con tanta gracia y belleza.

Todas las damas observaban con mucha atención su peinado y su vestido, para tener desde el día siguiente otros parecidos, siempre que pudieran encontrarse telas tan maravillosas y modistas tan expertas.

El hijo del Rey la colocó en un lugar de honor y en seguida la sacó a bailar. Ella danzó con tanta gracia que la admiraron aún más. Los criados trajeron manjares exquisitos para los invitados, pero el joven príncipe no probó bocado. ¡Tan embelesado estaba contemplando a la desconocida! Cenicienta se sentó al lado de sus hermanas, haciéndoles muchos cumplidos y compartiendo con ambas las naranjas y los limones con que el príncipe las había obsequiado, lo cual las sorprendióó mucho, pues ellas no la conocían de nada.

Estaban charlando, cuando Cenicienta oyó que daban las doce menos cuarto; entonces hizo una gran reverencia a todos los presentes y se marchó a toda prisa.

En cuanto llegó a casa, fue a buscar a su Madrina y, luego de haberle dado las gracias, le dijo que desearía otra vez ir al baile al día siguiente, porque el hijo del rey se lo había pedido.

Cuando ella estaba ocupada contándole a su Madrina todo lo sucedido en el baile, las hermanas llamaron a la puerta y Cenicienta fue a abrirles:

-¡Cuánto habéis tardado en volver!- les dijo mientras se frotaba los ojos y se desperezaba como si acabara de despertarse; aunque, por supuesto, ella no tenía nada de sueño.

-Si hubieses venido al baile -le dijo una de sus hermanas-, no te habrías aburrido, pues ha asistido una hermosa princesa, la más hermosa que nadie haya visto jamás, y ha sido muy amable y atenta con nosotras, obsequiándonos con naranjas y limones.

Cenicienta estaba muy feliz y les preguntó el nombre de la princesa, pero le respondieron que nadie la conocía, ni siquiera el hijo del Rey, y que éste daría cualquier cosa por saber quién era.

Cenicienta, sonriendo, les preguntó:

-¿Tan hermosa era? ¡Dios mío, pues sí que tenéis suerte! ¿No podría verla yo? ¡Ay, señorita Javotte, ¿no podrías prestarme tu vestido amarillo, ese que te pones a diario?

-¡Pues sí -dijo la señorita Javotte -, precisamente en eso estaba yo pensando! ¡Estaría loca si prestara mi vestido a una sucia Culoceniza como tú!

Cenicienta esperaba esta negativa y se alegró de ello, porque se hubiera encontrado en un gran dilema si su hermana le hubiera querido prestar el vestido.

Al día siguiente las dos hermanas fueron al baile y Cenicienta también, aunque todavía mejor ataviada que la primera vez.

El hijo del Rey estuvo con ella toda la noche y no paró de decirle cosas bonitas; hasta tal punto la distrajo, que olvidó lo que su madrina le había recomendado, de manera que oyó sonar la primera campanada de medianoche, cuando creía que no eran aún ni las once. Cenicienta huyó entonces, con la ligereza de una gacela.

El Príncipe la siguió, mas no pudo alcanzarla, y ella, en la precipitación de la huida, dejó caer uno de sus zapatos de cristal, que el príncipe se apresuró a recoger con mucho cuidado.

Cenicienta llegó a su casa muy sofocada, sin carroza, sin lacayos, y con sus feos vestidos; no le quedaba de tanto esplendor más que el otro zapato de cristal, la pareja del que había dejado caer.

Preguntaron a los guardias de la puerta del palacio si habían visto salir a una princesa, y contestaron que sólo habían visto salir a una muchacha muy mal vestida, que tenía más el aspecto de una campesina que de una señorita.

Cuando sus dos hermanastras regresaron del baile, Cenicienta les preguntó si también esa noche se habían divertido y si la bella dama había de nuevo aparecido.

Ellas le dijeron que sí, pero que había huido cuando llegó la medianoche, y que había perdido en su precipitación uno de sus zapatitos de cristal, el más bonito del mundo; que el hijo del Rey lo había recogido, y que no había hecho otra cosa, en todo el resto del baile, sino mirarlo permanentemente, y que, con total seguridad, estaba muy enamorado de la hermosa joven a quien pertenecía ese zapatito.

Las hermanas decían la verdad, ya que pocos días después, el hijo del rey mandó publicar a toque de corneta que se casaría con aquella joven a quien le viniese bien el zapatito de cristal.

Y comenzó a probárselo a las princesas, siguiendo las duquesas, y a todas las damas de la corte, pero todo fue en vano.

Por fin, la prueba llegó a la casa de las hermanas, que hicieron todo lo posible para que su pie entrara en el zapatito, pero no lo consiguieron.

Cenicienta, que las miraba y que reconoció su zapato, dijo riéndose:

-¡Puedo intentarlo yo!

Sus hermanas se echaron a reír y empezaron a burlarse de ella. El gentilhombre que efectuaba la prueba del zapato, habiendo contemplado atentamente a Cenicienta, y encontrándola muy hermosa, dijo que era justo, y que él tenía orden de probárselo a todas las jóvenes. Hizo sentar, entonces, a Cenicienta y, acercando el zapato a su piececito, vio que entraba sin esfuerzo y que le caía como un guante.

La sorpresa de las hermanastras fue grande, pero más grande aún fue cuando Cenicienta sacó de su bolsillo el otro zapatito, que se puso en el otro pie. En ese preciso instante hizo su aparición el hada Madrina, quien, golpeando con la varita mágica los vestidos de Cenicienta, los convirtió en unos vestidos mucho más deslumbradores que todos los anteriores.

Entonces las dos hermanas la reconocieron como la hermosa dama que habían visto en el baile y se arrojaron a sus pies para pedirle perdón por todos los malos tratos que le habían hecho sufrir.

Cenicienta las levantó y les dijo, abrazándolas, que las perdonaba de todo corazón y que les rogaba que, en adelante, fueran buenas amigas.

Cenicienta, ataviada como estaba, fue conducida ante el joven Príncipe, que la encontró más hermosa que nunca; y unos días después se casó con ella.

Cenicienta, que era tan buena como hermosa, había hecho que sus hermanas se alojaran en el palacio, y el mismo día las casó con dos grandes señores de la corte.

Versión de la Cenicienta de los hermanos Grimm

Érase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su única hijita y le dijo:

- Hija mía, sigue siendo siempre buena y piadosa, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado.

Y, cerrando los ojos, murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar, y siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre de la niña contrajo nuevo matrimonio.

La segunda mujer llevó a casa dos hijas, de rostro bello y blanca tez, pero negras y malvadas de corazón. Vinieron entonces días muy duros para la pobrecita huérfana.

- ¿Esta estúpida tiene que estar en la sala con nosotras? -decían las recién llegadas-. Si quiere comer pan, que se lo gane. ¡Fuera, a la cocina!-. Quitáronle sus hermosos vestidos, pusiéronle una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para calzado-: ¡Mirad la orgullosa princesa, qué compuesta!

Y, burlándose de ella, la llevaron a la cocina. Allí tenía que pasar el día entero ocupada en duros trabajos. Se levantaba de madrugada, iba por agua, encendía el fuego, preparaba la comida, lavaba la ropa... Y, por añadidura, sus hermanastras la sometían a todas las mortificaciones imaginables; se mofaban de ella, le esparcían, entre la ceniza, los guisantes y las lentejas, para que tuviera que pasarse horas recogiéndolas. A la noche, rendida como estaba de tanto trabajar, en vez de acostarse en una cama tenía que hacerlo en las cenizas del hogar. Y como por este motivo iba siempre polvorienta y sucia, la llamaban «Cenicienta».
Un día en que el padre se disponía a ir a la feria, preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajese.

- Hermosos vestidos -respondió una de ellas.

- Perlas y piedras preciosas -dijo la otra.

- ¿Y tú, Cenicienta -preguntó-, qué quieres?

- Padre, cortad la primera ramita que os toque el sombrero cuando regreséis, y traédmela.

Compró el hombre para sus hijastras magníficos vestidos, perlas y piedras preciosas; de vuelta, al atravesar un bosquecillo, un brote de avellano le hizo caer el sombrero, y él lo cortó y se lo llevó consigo. Llegado a casa, dio a sus hijastras lo que habían pedido, y a Cenicienta, el brote de avellano. La muchacha le dio las gracias, y se fue con la rama a la tumba de su madre, allí la plantó, regándola con sus lágrimas, y el brote creció, convirtiéndose en un hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día, a llorar y rezar, y siempre encontraba un pajarillo blanco posado en una rama; un pajarillo que, cuando la niña le pedía algo, se lo echaba desde arriba.

Sucedió que el Rey organizó unas fiestas, que debían durar tres días, y a las que fueron invitadas todas las doncellas bonitas del país, para que el príncipe heredero eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse las dos hermanastras que también ellas figuraban en la lista, pusiéronse muy contentas. Llamaron a Cenicienta, y le dijeron: - Péinanos, cepíllanos bien los zapatos y abróchanos las hebillas; vamos a la fiesta de palacio.

Cenicienta obedeció, aunque llorando, pues también ella hubiera querido ir al baile, y, así, rogó a su madrastra que se lo permitiese.

- ¿Tú, la Cenicienta, cubierta de polvo y porquería, pretendes ir a la fiesta? No tienes vestido ni zapatos, ¿y quieres bailar?

Pero al insistir la muchacha en sus súplicas, la mujer le dijo, finalmente: - Te he echado un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges en dos horas, te dejaré ir.
La muchachita, saliendo por la puerta trasera, se fue al jardín y exclamó: - ¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, venid a ayudarme a recoger lentejas!:

«Las buenas, en el pucherito

las malas, en el buchecito».

Y acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas, luego las tortolillas y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, y en un santiamén todos los granos buenos estuvieron en la fuente. No había transcurrido ni una hora cuando, terminado el trabajo, echaron a volar y desaparecieron. La muchacha llevó la fuente a su madrastra, contenta porque creía que la permitirían ir a la fiesta, pero la vieja le dijo: - No, Cenicienta, no tienes vestidos y no puedes bailar. Todos se burlarían de ti. - Y como la pobre rompiera a llorar-: Si en una hora eres capaz de limpiar dos fuentes llenas de lentejas que echaré en la ceniza, te permitiré que vayas.

Y pensaba: «Jamás podrá hacerlo». Pero cuando las lentejas estuvieron en la ceniza, la doncella salió al jardín por la puerta trasera y gritó:

- ¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, venid a ayudarme a limpiar lentejas!:

«Las buenas, en el pucherito;

las malas, en el buchecito».

Y enseguida acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas y luego las tortolillas, y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, echando todos los granos buenos en las fuentes. No había transcurrido aún media hora cuando, terminada ya su tarea, emprendieron todas el vuelo. La muchacha llevó las fuentes a su madrastra, pensando que aquella vez le permitiría ir a la fiesta. Pero la mujer le dijo: - Todo es inútil; no vendrás, pues no tienes vestidos ni sabes bailar. Serías nuestra vergüenza.
Y, volviéndole la espalda, partió apresuradamente con sus dos orgullosas hijas. No habiendo ya nadie en casa, Cenicienta se encaminó a la tumba de su madre, bajo el avellano, y suplicó:

«¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,

y échame oro y plata y más cosas!».

Y he aquí que el pájaro le echó un vestido bordado en plata y oro, y unas zapatillas con adornos de seda y plata. Se vistió a toda prisa y corrió a palacio, donde su madrastra y hermanastras no la reconocieron, y, al verla tan ricamente ataviada, la tomaron por una princesa extranjera. Ni por un momento se les ocurrió pensar en Cenicienta, a quien creían en su cocina, sucia y buscando lentejas en la ceniza. El príncipe salió a recibirla, y tomándola de la mano, bailó con ella. Y es el caso que no quiso bailar con ninguna otra ni la soltó de la mano, y cada vez que se acercaba otra muchacha a invitarlo, se negaba diciendo: «Ésta es mi pareja».

Al anochecer, Cenicienta quiso volver a su casa, y el príncipe le dijo: - Te acompañaré -deseoso de saber de dónde era la bella muchacha. Pero ella se le escapó, y se encaramó de un salto al palomar. El príncipe aguardó a que llegase su padre, y le dijo que la doncella forastera se había escondido en el palomar. Entonces pensó el viejo: «¿Será la Cenicienta?», y, pidiendo que le trajesen un hacha y un pico, se puso a derribar el palomar. Pero en su interior no había nadie. Y cuando todos llegaron a casa, encontraron a Cenicienta entre la ceniza, cubierta con sus sucias ropas, mientras un candil de aceite ardía en la chimenea; pues la muchacha se había dado buena maña en saltar por detrás del palomar y correr hasta el avellano; allí se quitó sus hermosos vestidos, y los depositó sobre la tumba, donde el pajarillo se encargó de recogerlos. Y enseguida se volvió a la cocina, vestida con su sucia batita.

Al día siguiente, a la hora de volver a empezar la fiesta, cuando los padres y las hermanastras se hubieron marchado, la muchacha se dirigió al avellano y le dijo:

«¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,

y échame oro y plata y, más cosas!».

El pajarillo le envió un vestido mucho más espléndido aún que el de la víspera; y al presentarse ella en palacio tan magníficamente ataviada, todos los presentes se pasmaron ante su belleza. El hijo del Rey, que la había estado aguardando, la tomó inmediatamente de la mano y sólo bailó con ella. A las demás que fueron a solicitarlo, les respondía: «Ésta es mi pareja».

Al anochecer, cuando la muchacha quiso retirarse, el príncipe la siguió, empezado en ver a qué casa se dirigía; pero ella desapareció de un brinco en el jardín de detrás de la suya. Crecía en él un grande y hermoso peral, del que colgaban peras magníficas. Subióse ella a la copa con la ligereza de una ardilla, saltando entre las ramas, y el príncipe la perdió de vista. El joven aguardó la llegada del padre, y le dijo: - La joven forastera se me ha escapado; creo que se subió al peral.
Pensó el padre: «¿Será la Cenicienta?», y, cogiendo un hacha, derribó el árbol, pero nadie apareció en la copa. Y cuando entraron en la cocina, allí estaba Cenicienta entre las cenizas, como tenía por costumbre, pues había saltado al suelo por el lado opuesto del árbol, y, después de devolver los hermosos vestidos al pájaro del avellano, volvió a ponerse su batita gris.

El tercer día, en cuanto se hubieron marchado los demás, volvió Cenicienta a la tumba de su madre y suplicó al arbolillo:

«¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,

y échame oro y plata y más cosas!».

Y el pájaro le echó un vestido soberbio y brillante como jamás se viera otro en el mundo, con unos zapatitos de oro puro. Cuando se presentó a la fiesta, todos los concurrentes se quedaron boquiabiertos de admiración. El hijo del Rey bailó exclusivamente con ella, y a todas las que iban a solicitarlo les respondía: «Ésta es mi pareja».

Al anochecer se despidió Cenicienta. El hijo del Rey quiso acompañarla; pero ella se escapó con tanta rapidez, que su admirador no pudo darle alcance. Pero esta vez recurrió a un ardid: mandó embadurnar con pez las escaleras de palacio, por lo cual, al saltar la muchacha los peldaños, quedósele la zapatilla izquierda adherida a uno de ellos. Recogióla el príncipe, y observó que era diminuta, graciosa, y toda ella de oro. A la mañana siguiente presentóse en casa del hombre y le dijo: - Mi esposa será aquella cuyo pie se ajuste a este zapato.

Las dos hermanastras se alegraron, pues ambas tenían los pies muy lindos. La mayor fue a su cuarto para probarse la zapatilla, acompañada de su madre. Pero no había modo de introducir el dedo gordo; y al ver que la zapatilla era demasiado pequeña, la madre, alargándole un cuchillo, le dijo: - ¡Córtate el dedo! Cuando seas reina, no tendrás necesidad de andar a pie.

Hízolo así la muchacha; forzó el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, presentóse al príncipe. Él la hizo montar en su caballo y se marchó con ella. Pero hubieron de pasar por delante de la tumba, y dos palomitas que estaban posadas en el avellano gritaron:

«Ruke di guk, ruke di guk;

sangre hay en el zapato.

El zapato no le va,

La novia verdadera en casa está».

Miróle el príncipe el pie y vio que de él fluía sangre. Hizo dar media vuelta al caballo y devolvió la muchacha a su madre, diciendo que no era aquella la que buscaba, y que la otra hermana tenía que probarse el zapato. Subió ésta a su habitación y, aunque los dedos le entraron holgadamente, en cambio no había manera de meter el talón. Le dijo la madre, alargándole un cuchillo: - Córtate un pedazo del talón. Cuando seas reina no tendrás necesidad de andar a pie.

Cortóse la muchacha un trozo del talón, metió a la fuerza el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, presentóse al hijo del Rey. Montóla éste en su caballo y se marchó con ella. Pero al pasar por delante del avellano, las dos palomitas posadas en una de sus ramas gritaron:

«Ruke di guk, ruke di guk;

sangre hay en el zapato.

El zapato no le va,

La novia verdadera en casa está».

Miró el príncipe el pie de la muchacha y vio que la sangre manaba del zapato y había enrojecido la blanca media. Volvió grupas y llevó a su casa a la falsa novia.

- Tampoco es ésta la verdadera -dijo-. ¿No tenéis otra hija?

- No -respondió el hombre-. Sólo de mi esposa difunta queda una Cenicienta pringosa; pero es imposible que sea la novia.

Mandó el príncipe que la llamasen; pero la madrastra replicó: - ¡Oh, no! ¡Va demasiado sucia! No me atrevo a presentarla.

Pero como el hijo del Rey insistiera, no hubo más remedio que llamar a Cenicienta. Lavóse ella primero las manos y la cara y, entrando en la habitación, saludó al príncipe con una reverencia, y él tendió el zapato de oro. Sentóse la muchacha en un escabel, se quitó el pesado zueco y se calzó la chinela: le venía como pintada. Y cuando, al levantarse, el príncipe le miró el rostro, reconoció en el acto a la hermosa doncella que había bailado con él, y exclamó: - ¡Ésta sí que es mi verdadera novia!

La madrastra y sus dos hijas palidecieron de rabia; pero el príncipe ayudó a Cenicienta a montar a caballo y marchó con ella. Y al pasar por delante del avellano, gritaron las dos palomitas blancas:

«Ruke di guk, ruke di guk;

no tiene sangre el zapato.

Y pequeño no le está;

Es la novia verdadera con la que va».

Y, dicho esto, bajaron volando las dos palomitas y se posaron una en cada hombro de Cenicienta. Al llegar el día de la boda, presentáronse las traidoras hermanas, muy zalameras, deseosas de congraciarse con Cenicienta y participar de su dicha. Pero al encaminarse el cortejo a la iglesia, yendo la mayor a la derecha de la novia y la menor a su izquierda, las palomas, de sendos picotazos, les sacaron un ojo a cada una. Luego, al salir, yendo la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, las mismas aves les sacaron el otro ojo. Y de este modo quedaron castigadas por su maldad, condenadas a la ceguera para todos los días de su vida.